La vuelta del Martín Fierro, Canto XVII
Le cobré un miedo terrible
después que lo vi dijunto;
llamé al alcalde, y al punto,
acompañado se vino
de tres o cuatro vecinos
a arreglar aquel asunto.
"Anima bendita", dijo
un viejo medio ladiao;
"que Dios lo haiga perdonao,
"es todo cuanto deseo
"le conocí un pastoreo
"de terneritos rabaos.
"Ansina es, dijo el alcalde,
con eso empezó a poblar;
yo nunca podré olvidar
las travesuras que hizo;
hasta que al fin fue preciso
que le privasen carniar.
"De mozo fue muy jinete,
no lo bajba un bagual;
pa ensillar un animnal
sin necesitar de otro,
se encerraba en el corral
y allí galopiaba el potro.
"Se llevaba mal con todos;
era su costumbre vieja
el mesturar las ovejas,
pues al haccr el aparte
sacaba la mejor parte
y después venía con quejas."
"Dios lo ampare al pobresito,
dijo en seguida un tercero,
siempre robaba carneros,
en eso tenía destreza:
enterraba las cabezas,
y después vendía los cueros."
"Y qué costumbre tenía;
cuando en el jogón estaba,
con el mate se agarraba
estando los piones juntos,
yo tayo, decía, y apunto,
y a ninguno convidaba."
"Si ensartaba algún asao,
¡pobre! ¡como si lo viese!
poco antes de que estuviese
primero lo maldecía,
luego después lo escupía
para que naides comiese."
"Quien le quitó esa costumbre
de escupir al asador
fue un mulato resertor
que andaba de amigo suyo,
un diablo, muy peliador,
que le llamaban Barullo."
"Una noche que les hizo
como estaba acostumbrao
se alzó el mulato enojao,
y le gritó: "Viejo indino,
"yo te he enseñar, cochino,
"a echar saliva al asao."
"Lo saltó por sobre el juego
con el cuchillo en la mano;
¡la pucha el pardo livianol
en la mesma atropellada
le largó una puñalada
que la quitó otro paisano."
"Y ya caliente Barullo,
quiso seguir la chacota:
se le había erizao la mota
lo que empezó la reyerta:
el viejo ganó la puerta
y apeló a las de gaviota".
"De esa costumbre maldita
dende entonces se curó;
a las casas no volvió,
se metió en un cicutal,
y allí escondido pasó
esa noche sin cenar."
Esto hablaban los presentes;
y yo que estaba a su lao,
al óir lo que he relatao,
aunque él era un perdulario,
dije entre mí: "¡Qué rosario
le están resando al finao!"
Luego comenzó el alcalde
a registrar cuanto había,
sacando mil chucherías
y guascas y trapos viejos,
temeridá de trebejos
que para nada servían.
Salieron lazos, cabrestos,
coyundas y maniadores,
una punta de arriadores,
cinchones, maneas, torzales
una porción de bozales
y un montón de tiradores.
Había riendas de domar,
frenos y estribos quebraos;
bolas, espuelas, recaos,
unas pavas, unas ollas,
y un gran manojo de argollas
de cinchas que había cortao.
Salieron varios cencerros,
alesnas, lonjas, cuchillos,
unos cuantos cojinillos,
un alto de jergas viejas,
muchas botas desparejas
y una infinidad de anillos.
Había tarros de sardinas,
unos cueros de venao,
unos ponchos aujeriaos,
y en tan tremendo entrevero
apareció hasta un tintero
que se perdió en el juzgao.
Decía el alcalde muy serio:
"Es poco cuanto se diga;
"había sido como hormiga,
"he de darle parte al juez,
"y que me venga después
"conque no se los persiga."
Yo estaba medio azorao
de ver lo que sucedía;
entre ellos mesmos decían
que unas prendas eran suyas,
pero a mí me parecía
que esas eran aleluyas.
Y cuando ya no tuvieron
rincón donde registrar
cansaos de tanto huroniar
y de trabajar de balde,
"vámonos, dijo el alcalde
"luego lo haré sepultar."
Y aunque mi padre no era
el dueño de ese hormiguero
él allí muy cariñero,
me dijo con muy buen modo
"Vos serás el heredero
"y te harás cargo de todo."
"Se ha de arreglar este asunto
"como es preciso que sea
"voy a nombrar albacea
"uno de los circustantes,
"las cosas no son, como antes
"tan enredadas y feas."
¡Bendito Dios! pensé yo:
ando como un pordiosero
y me nuembran heredero
de toditas estas guascas:
¡quisiera saber primero
lo que se han hecho mis vacas!