El gaucho Martín Fierro, Canto II
Ninguno me hable de penas,
porque yo penando vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho más alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones;
¡la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
Entonces... cuando el lucero
brillaba en el cielo santo
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho... que era un encanto.
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
empezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Este se ata las espuelas
se sale el otro cantando,
uno busca un pellón blando
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
El que era pión domador
enderezaba al corral
ande estaba el animal
bufidos que se las pela
y más malo que su agüela
se hacía astillas el bagual.
Y allí el gaucho inteligente
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dio.
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciéndose gambetas.
¡Ah tiempos!... ¡Si era un orgullo
ver jinetiar un paisano!
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no había uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían,
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.
Y verlos al cáir la noche
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar al día siguiente
las fáinas del día anterior.
Ricuerdo ¡qué maravilla!
cómo andaba la gauchada,
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo;
pero hoy en el día... ¡barajo!
no se le ve de aporriada.
El gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
Tendiendo al campo la vista
no vía sino hacienda y cielo.
Cuando llegaban las yerras,
¡cosa que daba calor
tanto gaucho pialador
y tironiador sin yel!
¡Ah tiempos... pero si en él
se ha visto tanto primor!
Aquéllo no era trabajo,
más bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba maña,
pa darle un trago de caña
solía llamarlo el patrón.
Pues siempre la mamajuana
vivía bajo la carreta,
y aquél que no era chancleta
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güérfano a la teta.
¡Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
Siempre íbamos prevenidos
pues en tales ocasiones
caiban muchos comedidos
Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y ansí, pues, muy grandemente
pasaba siempre el gauchaje.
Venía la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra bien pisada,
los pasteles y el güen vino
pero ha querido el destino
que todo aquéllo acabara.
Estaba el gaucho en su pago
con toda seguridá
pero áura... ¡barbaridá!
la cosa anda tan fruncida
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.
Pues si usté pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe
Lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte...
¡No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!
Y al punto dése por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues áhi no más se le apea
con una felpa de palos.
Y después dicen que es malo
el gaucho si los pelea.
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
lo amarran codo con codo
Y pa el cepo lo enderiezan.
Ahí comienzan sus desgracias,
áhi principia el pericón;
porque ya no hay salvación,
Y que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.
Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos;
si gustan... en otros cantos
les diré lo que he sufrido.
Después que uno está perdido
no lo salvan ni los santos.