El gaucho Martín Fierro, Canto VII
De carta de más me vía
sin saber adónde dirme;
mas dijeron que era vago
y entraron a perseguirme.
Nunca se achican los males,
van poco a poco creciendo,
y ansina me vide pronto
obligao a andar juyendo.
No tenía mujer ni rancho,
y a más, era resertor;
no tenía una prenda güena
ni un peso en el tirador.
A mis hijos infelices
pensé volverlos a hallar
y andaba de un lao al otro
sin tener ni qué pitar.
Supe una vez por desgracia
que había un baile por allí,
y medio desesperao
a ver la milonga fuí.
Riunidos al pericón
tantos amigos hallé,
que alegre de verme entre ellos
esa noche me apedé.
Como nunca, en la ocasión
por peliar me dió la tranca,
y la emprendí con un negro
que trujo una negra en ancas.
Al ver llegar la morena
que no hacía caso de naides
le dije con la mamúa:
"Va... ca... yendo gente al baile."
La negra entendió la cosa
y no tardó en contestarme
mirándomé como a perro:
"más vaca será su madre".
Y dentró al baile muy tiesa
con más cola que una zorra
haciendo blanquiar los dientes
lo mesmo que mazamorra.
-"Negra linda"... dije yo,
"me gusta... pa la carona";
y me puse a talariar
esta coplita fregona:
"A los blancos hizo Dios,
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno."
Había estao juntando rabia
el moreno dende ajuera;
en lo escuro le brillaban
los ojos como linterna.
Lo conocí retobao,
me acerqué y le dije presto:
"Por... rudo... que un hombre sea
nunca se enoja por esto."
Corcovió el de los tamangos
y creyéndose muy fijo:
-"Más porrudo serás vos,
gaucho rotoso", me dijo.
Y ya se me vino el humo
como a buscarme la hebra,
y un golpe le acomodé
con el porrón de ginebra.
Ahi no más pegó el de hollín
más gruñidos que un chanchito,
y pelando el envenao
me atropelló dando gritos.
Pegué un brinco y abrí cancha
diciéndolés: -"Caballeros,
dejen venir ese toro;
solo nací... solo muero."
El negro después del golpe
se había el poncho refalao
y dijo: -"Vas a saber
si es solo o acompañao."
Y mientras se arremangó
yo me saqué las espuelas,
pues malicié que aquel tío
no era de arriar con las riendas.
No hay cosa como el peligro
pa refrescar un mamao;
hasta la vista se aclara
por mucho que haiga chupao.
El negro me atropelló
como a quererme comer;
me hizo dos tiros seguidos
y los dos le abarajé.
Yo tenía un facón con S
que era de lima de acero;
le hice un tiro, lo quitó
y vino ciego el moreno.
Y en el medio de las aspas
un planaso le asenté
que le largué culebriando
lo mesmo que buscapié.
Le coloriaron las motas
con la sangre de la herida,
y volvió a venir furioso
como una tigra parida.
Y ya me hizo relumbrar
por los ojos el cuchillo,
alcansando con la punta
a cortarme en un carrillo.
Me hirvió la sangre en las venas
y me le afirmé al moreno.
dándole de punta y hacha
pa dejar un diablo menos.
Por fin en una topada
en el cuchillo lo alcé
y como un saco de güesos
contra el cerco lo largué.
Tiró unas cuantas patadas
y ya cantó pa el carnero.
Nunca me pude olvidar
de la agonía de aquel negro.
En esto la negra vino,
con los ojos como ají,
y empesó la pobre allí
a bramar como una loba.
Yo quise darle una soba
a ver si la hacía callar;
mas pude reflesionar
que era malo en aquel punto,
y por respeto al dijunto
no la quise castigar.
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.
Después supe que al finao
ni siquiera lo velaron
y retobao en un cuero
sin resarle lo enterraron.
Y dicen que dende entonces
cuando es la noche serena
suele verse una luz mala
como de alma que anda en pena.
Yo tengo intención a veces
para que no pene tanto,
de sacar de allí los güesos
y echarlos al camposanto.