La vuelta del Martín Fierro, Canto I

Atención pido al silencio

y silencio a la atención,

que voy en esta ocasión,

si me ayuda la memoria,

a mostrarles que a mi historia

le faltaba lo mejor.

 

Viene uno como dormido

cuando vuelve del desierto;

veré si a esplicarme acierto

entre gente tan bizarra,

y si al sentir la guitarra

de mi sueño me dispierto.

 

Siento que mi pecho tiembla

que se turba mi razón,

y de la vigüela al son

imploro a la alma de un sabio,

que venga a mover mi labio

y alentar mi corazón.

 

Si no llego a treinta y una,

de fijo en treinta me planto,

y esta confianza adelanto

porque recebí en mí mismo,

con el agua del bautismo

la facultá para el canto.

 

Tanto el pobre como el rico

la razón me la han de dar;

y si llegan a escuchar

lo que esplicaré a mi modo,

digo que no han de reír todos,

algunos han de llorar.

 

Mucho tiene que contar

el que tuvo que sufrir,

y empezaré por pedir

no duden de cuanto digo,

pues debe crerse al testigo

si no pagan por mentir.

 

Gracias le doy a la Virgen,

gracias le doy al Señor

porque entre tanto rigor

y habiendo perdido tanto,

no perdí mi amor al canto

ni mi voz como cantor.

 

Que cante todo viviente

otorgó el Eterno Padre;

cante todo el que le cuadre

como lo hacemos los dos,

pues sólo no tiene voz

el ser que no tiene sangre.

 

 

Canta el pueblero... y es pueta;

canta el gaucho... y ¡ay Jesús!

Io miran como avestruz,

su inorancia los asombra;

mas siempre sirven las sombras

para distinguir la luz.

 

El campo es del inorante;

el pueblo del hombre estruido;

yo que en el campo he nacido,

digo que mis cantos son

para los unos....sonidos,

y para otros... intención.

 

Yo he conocido cantores

que era un gusto el escuchar,

mas no quieren opinar

y se divierten cantando;

pero yo canto opinando,

que es mi modo de cantar.

 

El que va por esta senda

cuanto sabe desembucha,

y aunque mi cencia no es mucha,

esto en mi favor previene;

yo sé el corazón que tiene

el que con gusto me escucha.

 

Lo que pinta este pincel

ni el tiempo lo ha de borrar;

ninguno se ha de animar

a corregirme la plana;

no pinta quien tiene gana

sino quien sabe pintar.

 

Y no piensen los oyentes

que del saber hago alarde;

he conocido, aunque tarde,

sin haberme arrepentido,

que es pecado cometido

el decir ciertas verdades.

 

Pero voy en mi camino

y nada me ladiará,

he de decir la verdá,

de naides soy adulón;

aquí no hay imitación,

ésta es pura realidá.

 

Y el que me quiera enmendar

mucho tiene que saber;

tiene mucho que aprender

el que me sepa escuchar;

tiene mucho que rumiar

el que me quiera entender.

 

 

Más que yo y cuantos me oigan,

más que las cosas que tratan,

más que lo que ellos relatan,

mis cantos han de durar:

mucho ha habido que mascar

para echar esta bravata.

 

Brotan quejas de mi pecho,

brota un lamento sentido;

y es tanto lo que he sufrido

y males de tal tamaño,

que reto a todos los años

a que traigan el olvido.

 

Ya verán si me dispierto

cómo se compone el baile;

y no se sorprenda naides

si mayor fuego me anima;

porque quiero alzar la prima

como pa tocar al aire.

 

Y con la cuerda tirante,

dende que ese tono elija,

yo no he de aflojar manija

mientras que la voz no pierda,

si no se corta la cuerda

o no cede la clavija.

 

Aunque rompí el estrumento

por no volverme a tentar,

tengo tanto que contar

y cosas de tal calibre,

que Dios quiera que se libre

el que me enseñó a templar.

 

De naides sigo el ejemplo,

naide a dirigirme viene,

yo digo cuanto conviene

y el que en tal güeya se planta,

debe cantar, cuando canta,

con toda la voz que tiene.

 

He visto rodar la bola

y no se quiere parar;

al fin de tanto rodar

me he decidido a venir

a ver si puedo vivir

y me dejan trabajar.

 

Sé dirigir la mansera

y también echar un pial;

sé correr en un rodeo,

trabajar en un corral;

me sé sentar en un pértigo

lo mesmo que en un bagual.

Y empriéstenmé su atención

si ansí me quieren honrar,

de no, tendré que callar,

pues el pájaro cantor

jamás se para a cantar

en árbol que no da flor.

 

Hay trapitos que golpiar,

y de aquí no me levanto.

Escúchenme cuando canto

si quieren que desembuche:

tengo que decirles tanto

que les mando que me escuchen.

 

Déjenmé tomar un trago,

éstas son otras cuarenta:

mi garganta está sedienta,

y de esto no me abochorno,

pues el viejo, como el horno,

por la boca se calienta.

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