La vuelta del Martín Fierro, Canto IV
Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada
se largaban a invadir.
Primero entierran las prendas
en cuevas, como peludos;
y aquellos indios cerdudos,
siempre llenos de recelos,
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.
Para pegar el malón
el mejor flete procuran;
y como es su arma segura,
vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados a la cintura.
De ese modo anda liviano,
no fatiga el mancarrón;
es su espuela en el malón,
después de bien afilao,
un cuernito de venao
que se amarra en el garrón.
El indio que tiene un pingo
que se llega a distinguir,
lo cuida hasta pa dormir;
de ese cuidao es esclavo:
se lo alquila a otro indio bravo
cuando vienen a invadir.
Por vigilarlo no come
y ni aun el sueño concilia;
sólo en eso no hay desidia;
de noche, les asiguro,
para tenerlo seguro
le hace cerco la familia.
Por eso habrán visto ustedes,
si en el caso se han hallao,
y si no lo han oservao
ténganló dende hoy presente,
que todo pampa valiente
anda siempre bien montao.
Marcha el indio a trote largo,
paso que rinde y que dura;
viene en direción sigura
y jamás a su capricho:
no se les escapa bicho
en la noche más escura.
Caminan entre tinieblas
con un cerco bien formao;
lo estrechan con gran cuidao
y agarran, al aclarar,
ñanduces, gamas, venaos,
cuanto ha podido dentrar.
Su señal es un humito
que se eleva muy arriba,
y no hay quien no lo aperciba
con esa vista que tienen;
de todas partes se vienen
a engrosar la comitiva.
Ansina se van juntando,
hasta hacer esas riuniones
que cain en las invasiones
en número tan crecido;
para formarla han salido
de los últimos rincones.
Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera
y de asolar no se cansa;
de su pingo y de su lanza
toda salvación espera.
Debe atarse bien la faja
quien aguardarlo se atreva;
siempre mala intención lleva,
y como tiene alma grande,
no hay plegaria que lo ablande
ni dolor que lo conmueva.
Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel;
para matar es sin yel,
es fiero de condición;
no gólpea la compasión
en el pecho del infiel.
Tiene la vista del águila.
del león la temeridá;
en el desierto no habrá
animal que él no lo entienda,
ni fiera de que no aprienda
un istinto de crueldá.
Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar;
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe:
el bárbaro sólo sabe
emborracharse y peliar.
El indio nunca se ríe,
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías;
la risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.
Se cruzan por el desierto
como un animal feroz,
dan cada alarido atroz
que hace erizar los cabellos;
parece que a todos ellos
los ha maldecido Dios.
Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres:
el indio es indio y no quiere
apiar de su condición;
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.
El que envenenen sus armas
les mandan sus hechiceras;
y como ni a Dios veneran,
nada a las pampas contiene;
hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.
Y son, ¡por Cristo bendito!
lo más desasiaos del mundo;
esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo
en esos toldos inmundos.
Naides puede imaginar
una miseria mayor;
su pobreza causa horror;
no sabe aquel indio bruto
que la tierra no da fruto
si no la riega el sudor.