La vuelta del Martín Fierro, Canto III

De ese modo nos hallamos

empeñaos en la partida:

no hay que darla por perdida

por dura que sea la suerte,

ni que pensar en la muerte

sinó en soportar la vida.

 

 

Se endurece el corazón,

no teme peligro alguno;

por encontrarlo oportuno

allí juramos los dos

respetar tan sólo a Dlos;

de Dios abajo a ninguno.

 

El mal es árbol que crece

y que cortado retoña;

la gente esperta o bisoña

sufre de infinitos modos:

la tierra es madre de todos,

pero también da ponzoña.

 

Mas todo varón prudente

sufre tranquilo sus males;

yo siempre los hallo iguales

en cualquier senda que elijo:

la desgracia tiene hijos

aunque ella no tiene madre.

 

Y al que le toca la herencia,

donde quiera halla su ruina:

lo que la suerte destina

Io puede el hombre evitar:

porque el cardo ha de pinchar

es que nace con espina.

 

Es el destino del pobre

un continuo safarrancho,

y pasa como el carancho,

porque el mal nunca se sacia

si el viento de la desgracia

vuela las pajas del rancho.

 

Mas quien manda los pesares

manda también el consuelo;

la luz que baja del cielo

alumbra al más encumbrao,

y hasta el pelo más delgao

hace su sombra en el suelo.

 

Pero por más que uno sufra

un rigor que lo atormente,

no debe bajar la frente

nunca, por ningún motivo:

el álamo es más altivo

y gime constantemente.

 

El indio pasa la vida

robando o echao de panza;

la única ley es la lanza

a que se ha de someter,

lo que le falta en saber

lo suple con desconfianza.

 

 

Fuera cosa de engarzarlo

a un indio caritativo;

es duro con el cautivo,

le dan un trato horroroso,

es astuto y receloso,

es audaz y vengativo.

 

No hay que pedirle favor

ni que aguardar tolerancia;

movidos por su inorancia

y de puro desconfiaos,

nos pusieron separaos

bajo sutil vigilancia.

 

No pude tener con Cruz

ninguna conversación;

no nos daban ocasión,

nos trataban como agenos:

como dos años lo menos

duró esta separación.

 

Relatar nuestras penurias

fuera alargar el asunto;

les diré sobre este punto

que a los dos años recién

nos hizo el cacique el bien

de dejarnos vivir juntos.

 

Nos retiramos con Cruz

a la orilla de un pajal;

por no pasarlo tan mal

en el desierto infinito,

hicimos como un bendito

con dos cueros de bagual.

 

Fuimos a esconder allí

nuestra pobre sutuación,

aliviando con la unión

aquel duro cautiverio;

tristes como un cementerio

al toque de la oración.

 

Debe el hombre ser valiente

si a rodar se determina,

primero, cuando camina;

segundo, cuando descansa,

pues en aquellas andanzas

perece el que se acoquina.

 

Cuando es manso el ternerito

en cualquier vaca se priende;

el que es gaucho esto lo entiende

y ha de entender si le digo,

que andábamos con mi amigo

como pan que no se vende.

 

 

Guarecidos en el toldo

charlábamos mano a mano;

éramos dos veteranos

mansos pa las sabandijas,

arrumbaos como cubijas

cuando calienta el verano.

 

El alimento no abunda

por más empeño que se haga;

lo pasa uno como plaga,

ejercitando la industria

y siempre, como la nutria,

viviendo a orillas del agua.

 

En semejante ejercicio

se hace diestro el cazador,

cai el piche engordador,

cai el pájaro que trina;

todo bicho que camina

va a parar al asador.

 

Pues allí a los cuatro vientos

la persecución se lleva;

naide escapa de la leva,

y dende que la alba asoma

ya recorre uno la loma,

el bajo, el nido y la cueva.

 

El que vive de la caza

a cualquier bicho se atreve

que pluma o cascara lleve,

pues cuando la hambre se siente

el hombre le clava el diente

a todo lo que se mueve.

 

En las sagradas alturas

está el máestro principal,

que enseña a cada animal

a procurarse el sustento

y le brinda el alimento

a todo ser racional.

 

Y aves, y bichos y pejes,

le mantienen de mil modos;

pero el hombre en su acomodo,

es curioso de oservar:

es el que sabe llorar

y es el que los come a todos.

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