La vuelta del Martín Fierro, Canto XIII

EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN FIERRO

 

Lo que les voy a decir

ninguno lo ponga en duda,

y aunque la cosa es peluda,

haré la resolución;

es ladino el corazón

pero la lengua no ayuda.

 

El rigor de las desdichas

hemos soportao diez años,

pelegrinando entre estraños

sin tener donde vivir

y obligados a sufrir

una máquina de daños.

 

El que vive de este modo

de todos es tributario;

falta el cabeza primario,

y los hijos que él sustenta

se dispersan como cuentas

cuando se corta el rosario.

 

Yo anduve ansí como todos,

hasta que al fin de sus días

supo mi suerte una tía

y me recogió a su lado;

allí viví sosegado

y de nada carecía.

 

No tenía cuidado alguno

ni que trabajar tampoco;

y como muchacho loco

lo pasaba de holgazán;

con razón dice el refrán

que lo bueno dura poco.

 

En mí todo su cuidado

y su cariño ponía;

como a un hijo me quería

con cariño verdadero

y me nombró de heredero

de los bienes que tenía.

 

El juez vino sin tardanza

cuanto falleció la vieja.

"De los bienes que te deja,

me dijo, yo he de cuidar:

"es un rodeo regular

"y dos majadas de ovejas."

 

Era hombre de mucha labia,

con más leyes que un dotor.

Me dijo: "Vos sos menor

"y por los años que tienes,

"no podés manejar bienes,

"voy a nombrarte un tutor."

 

 

Tomó un recuento de todo

porque entendía su papel,

y después que aquel pastel

lo tuvo bien amasao,

puso al frente un encargao

y a mí me llevó con él.

 

Muy pronto estuvo mi poncho

lo mesmo que cernidor;

el chiripá estaba pior,

y aunque pa el frío soy guapo,

ya no me quedaba un trapo

ni pa el frío, ni pa el calor.

 

En tan triste desabrigo,

tras de un mes iba otro mes;

guardaba silencio el juez,

la miseria me invadía;

me acordaba de mi tía,

al verme en tal desnudés.

 

No sé decir con fijeza

el tiempo que pasé allí;

y después de andar ansí,

como moro sin señor,

pasé a poder del tutor

que debía cuidar de mí.

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