La vuelta del Martín Fierro, Canto XIV
Me llevó consigo un viejo
que pronto mostró la hilacha:
dejaba ver por la facha
que era medio cimarrón;
muy renegao, muy ladrón,
y le llamaban Viscacha.
Lo que el juez iba buscando
sospecho y no me equivoco;
pero este punto no toco
ni su secreto averiguo:
mi tutor era un antiguo
de los que ya quedan pocos.
Viejo lleno de camándulas,
con un empaque a lo toro;
andaba siempre en un moro
metido en no sé qué enriedos
con las patas como loro,
de estribar entre los dedos.
Andaba rodiao de perros,
que eran todo su placer;
jamás dejó de tener
menos de media docena;
mataba vacas ajenas
para darles de comer.
Carniábamos noche a noche
alguna res en el pago;
y, dejando allí el resago,
alzaba en ancas el cuero,
que lo vendía a un pulpero
por yerba, tabaco y trago.
¡Ah!, ¡viejo más comerciante
en mi vida lo he encontrao!
Con ese cuero robao,
él arreglaba el pastel,
y allí entre el pulpero y él
se estendía el certificao.
Le echaba de comedido;
en las trasquilas, lo viera,
se ponía como una fiera
si cortaban una oveja;
pero de alzarse no deja
un vellón o unas tijeras.
Una vez me dio una soba
que me hizo pedir socorro
porque lastimé un cachorro
en el rancho de unas vascas;
y al irse se alzó unas guascas;
para eso era como zorro.
¡Aijuna! dije entre mí;
me has dao esta pesadumbre:
ya verás cuanto vislumbre
una ocasión medio güena;
te he de quitar la costumbre
de cerdiar yeguas ajenas.
Porque maté una viscacha
otra vez me reprendió,
se lo vine a contar yo;
Y no bien se lo hube dicho,
"ni me nuembres ese bicho"
me dijo, y se me enojó.
Al verlo tan irritao
hallé prudente callar;
éste me va a castigar
dije entre mí, si se agravia:
ya vi que les tenía rabia
y no las volví a nombrar.
Una tarde halló una punta
de yeguas medio bichocas
después que voltió unas pocas
las cerdiaba con empeño;
yo vide venir al dueño
pero me callé la boca.
El hombre venía jurioso
y nos cayó como un rayo;
se descolgó del caballo
revoliando el arriador,
y lo cruzó de un lazaso
áhi no mas a mi tutor.
No atinaba don Viscacha
a qué lado disparar,
hasta que logró montar,
y de miedo del chicote,
se lo apretó hasta el cogote,
sin pararse a contestar.
Ustedes crerán tal vez
que el viejo se curaría:
no, señores, lo que hacía
con más cuitao, dende entonces
era maniarlas de día
para cerdiar a la noche.
Ese fue el hombre que estuvo
encargao de mi destino;
siempre anduvo en mal camino,
y todo aquel vecindario
decía que era un perdulario,
insufrible de dañino.
Cuando el juez me lo nombró
al dármeló de tutor,
me dijo que era un señor
el que me debía cuidar,
enseñarme a trabajar
y darme la educación.
Pero qué había de aprender
al lado de ese viejo paco
que vivía como el chuncaco
en los bañaos, como el tero;
un haragán, un ratero,
y más chillón que un barraco.
Tampoco tenía más bienes
ni propiedá conocida
que una carreta podrida
y las paredes sin techo
de un rancho medio desecho,
que le servía de guarida.
Después de las trasnochadas
allí venía a descansar;
yo desiaba aviriguar
lo que tuviera escondido,
pero nunca había podido
pues no me dejaba entrar.
Yo tenía una jergas viejas
que habían sido más peludas
y con mis carnes desnudas,
el viejo, que era una fiera,
me echaba a dormir ajuera
con unas heladas crudas.
Cuando mozo fue casao
aunque yo lo desconfío;
y decía un amigo mío
que, de arrebatao y malo,
mató a su mujer de un palo
porque le dió un mate frío.
Y viudo por tal motivo
nunca se volvió a casar;
no era fácil encontrar
ninguna que lo quisiera:
todas temerían llevar
la suerte de la primera.
Soñaba siempre con ella,
sin duda por su delito
y decía el viejo maldito
el tiempo que estuvo enfermo,
que ella dende el mesmo infierno
lo estaba llamando a gritos.